Vivía en una calle en cuesta.
Subíamos por unas escaleras estrechas a un primer piso, y entrábamos en un apartamento diminuto,
donde las camas subían y bajaban de las paredes.
Sentada en la parte de atrás del coche, miraba por la ventana a esas casas rotundas de la avenida
Sancho El Sabio, y pensaba: yo de mayor viviré en una casa así, con ventanas grandes y pesadas cortinas. (Esa niña boba que hubo hay en mí)
Después vino el bohemio espíritu común de la juventud.
Me enamoraba de los chicos que iban de leñadores en verano. Y en invierno nos apuntábamos a teatro.
Tu cara te está mostrando el camino. Tienes cara de clown, me decían.
Pero me cansé de escuchar espiritualidades de piel y gestos y empecé a sentirme mejor entre árboles que entre personas. Entonces me perdí. Me perdí entre bosques y pequeños montes descubriendo un buen lugar para ser.
Sigo pensándolo, soñándolo:
Vivir en el campo, tener seis gallinas (hace tiempo os dije sus nombres). Todavía no he puesto nombre
ni a los perros, ni a los gatos, ni a la casa que tendrá un olivo y un nogal.
Podré trabajar desde casa porque mi creatividad crecerá tanto que me ayudará a vivir.
Sentiré, por fin, que vivo la vida que quiero vivir. Ser quien quiero ser.
Adoptaré animales viejos que ya nadie quiere. Seguramente terminaré igual que ellos.
Dejaré de sentir que tengo una vida de alquiler. Será mi vida. Mi vida. Mi opción.
(Perdonad que resulte infantil. Tengo que decir en alto lo que me gustaría que fuera para que sea)
Mala hierba es diente de león.
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